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domingo, 1 de enero de 2012

HIPERSENSIBILIDAD

Hoy me he levantado con ganas de empezar el año contando un cuento que podría quedar más o menos así:

Tenía eso que para algunos era un “don” especial, era genial cuando entraba a pequeñas tiendas o a grandes superficies y todos los olores, a nuevo, a cosas a estrenar, le embriagaban, le ocupaban todos los sentidos y su mente lo trasladaba a otro mundo más placentero…

En las perfumerías su destacado olfato le llevaba a sentirse mejor que nunca entre múltiples y agradables aromas destilados que envolvían todo su ser hasta hacerle presentir que su piel era surcada por cientos de gotas de aquellos líquidos en su mayoría tan bienolientes.

Qué decir de sus paseos por las floristerías o fruterías casi llegaba a culminar su estancia allí entre orgasmos de tanto placer que la proporcionaba sentirse rodeado por frutos frescos por cuya piel todavía se deslizaban gotas de frescor… naranjas, fresas, manzanas que parecían recién barnizadas o abrillantadas una a una… era acariciado con flores multicolores, por los pétalos de terciopelo de las rosas, se imaginaba tumbado en lechos de jazmines, violetas, margaritas o azahar.

Pasaba por la sección de comestibles y aquel instinto tan desarrollado que poseía le hacía casi poder paladear el dulzor de pasteles prácticamente recién hechos, dulces y natas de todos los sabores que le empalagaban, que alimentaban sólo con pasar a su lado… sentía como se saciaba su apetito con sólo caminar por delante de tan ricos manjares…

Pero al contrario de lo que pensaban los demás no se sentía tan agraciado, no era tan especial y positivo su “don” cuando al finalizar su gustoso paseo, la balda última de la estantería ocupada por los productos de droguería contenía cientos de rollos de papel higiénico, entonces la fragancia a la que le retrotraían sus sentidos ya no era tan agradable.





Moraleja: Tener la capacidad de ser hipersensible a lo que nos rodea puede ser tan bueno como malo ya que se presiente lo agradable y aquello que no lo es tanto.

Juan Antonio Cid Ortega
1 de enero de 2012




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