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miércoles, 12 de agosto de 2009

RENUNCIAS



Empezar ya de niño renunciando a parte de lo que serlo conlleva, resulta duro, y quizá traumático para esos primeros años de vida. Estigmatizado siempre tanto por el tiempo vivido como por el por vivir.
Aquel niño era casi como todos los demás niños de su edad, compañeros en aquella primera etapa de aprendizajes de vida social y compartida. Y digo casi como todos porque, indudablemente algo llevaba dentro de sí que lo hacía sentirse distinto a los demás, un resto pasado y pesado como una enorme loza de aquellos primeros años entre batas blancas y números de turno, una inquietud presente por la convivencia diaria con la enfermedad, que día a día le rodeaba en su casa, y la incertidumbre, que a esas edades suele convertirse en miedo por un futuro que ya su mente comenzaba a darle vueltas como nada claro. El futuro para él lo representaba un túnel oscuro, que aunque más ancho y claro al principio, lo percibía con esa turbia perspectiva de los caminos que dibujaba en el colegio delante de aquellas temblorosas y geométricas casitas lineales, que desembocaban en aquella pequeña puerta, caminos, que como su futuro, se iban estrechando y oscureciendo poco a poco. Si quizá el futuro lo representaran aquellas destartaladas casitas que solía dibujar en una cuadriculada hoja de papel, y el camino hacia él eran aquellas dos líneas, paralelas pero zigzagueantes, que se iban juntando hasta llegar a un único punto negro.
Sí a esa corta edad más que en vivir el presente ya pensaba en su futuro, pero no como los demás niños para proyectar los deseos de lo que querían ser de mayores, sino porque lo preveía como un pozo sin fondo, como ese laberinto que no tiene salida, en fin ya se planteaba la vida como un incierto caminar por ese desierto infinito tras el cual no se ve horizonte alguno.
Todo habría de ser ir avanzando por el tiempo, rodando año tras año para no llegar a ningún sitio.
Concluida la efímera niñez pasó de puntillas por la tenebrosa adolescencia que habría de estar marcada por una de las renuncias más significativas para él ya que todos los compañeros de su edad comenzaban sus primeros escarceos “amorosos”, la primera llamada de las hormonas, el primer amor, bueno más bien el instinto más primario. Aquello que normalmente los demás no se lo planteaban más que como “cosas de la edad”, él debido a las circunstancias que lo rodeaban, tanto pasadas, presentes, como futuras, le hacía no verlo, no tenerlo nada claro. Los demás comenzaban a vivir esas experiencias como circunstanciales, pero en su caso, con aquellos malos augurios que presentía para su futuro se las planteaba como definitivas.
Si no tenía nada claras sus propias perspectivas de futuro, como iba a involucrar en esa incertidumbre a ninguna otra persona, que aunque ajena al principio podía acabar siendo una de las más importantes en su deambular por aquellos años, por más que a esa persona no le importase su pésima forma de pensar, o más bien ella creyera que aquel no era el momento de obsesionarse con el mañana.
Tal vez también se sirvió de sus circunstancias para renunciar a aquella primera “mujer”, (puede ser que sus circunstancias personales las estuviera usando como excusa para esquivar aquel primer amor, aquella situación, a aquella persona que no satisfacía sus gustos personales, por la que no se sentía atraído).
En los años siguientes ya no tendría ofrecimientos amorosos de nadie más cosa que tampoco le preocupaba entonces, no era ese su objetivo principal en la vida.
Pasaban los años y éstos, el transcurrir del tiempo, le iban reafirmando en sus temores primeros. Con la llegada del final de la pubertad, de la adolescencia, se iban confirmando sus peores, sus negros augurios.
En fin siempre al borde del precipicio, avanzando porque se movía todo lo que le rodeaba, aunque si por él hubiese sido no habría transcurrido el tiempo y no se hubiese movido de allí, no habrían pasado los años y todo porque presentía que cualquier cosa por venir sería peor que el presente en el que estaba viviendo. Sí tenía miedo al futuro, a la incertidumbre.
Aquellas renuncias a vivir los primeros años de su vida, su niñez, su juventud sin preocupaciones, sin compartir con nadie aquello que debía de ser la despreocupación propia de la edad, le habían llevado a esa soledad, cada vez mayor, que sentía.
Aquello, a lo que en su día renunció, hoy sentía que lo necesitaba, lo echaba de menos, lo deseaba.
Se sentía mal, muy mal, pero las cosas van surgiendo con el pasar del tiempo y lamentablemente no se puede volver atrás.



Juan Antonio Cid Ortega



EL AYER ES ESPUMA Y EL FUTURO HUMO
Hoy el barco de mi mente
ha encallado en la playa del recuerdo.
Aunque el día está nublado
mirando hacia atrás entre brumas veo
lo pasado que a su paso dejó
lo más óptimo de un destino pésimo.
Nunca tendré lo que tuve,
se fueron para siempre aquellos momentos
que marcaron mi existir
para lo malo o para lo bueno.




Juan Antonio Cid Ortega

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